jueves, 1 de abril de 2010

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La llegada

    Nadie sabe con certeza de dónde llegó.

    Unos dicen que vino de París, en el equipaje de una señora gorda llamada "Madam Chichí", y que sería bisnieta o tataranieta del famosísimo Fantasma de la Ópera.

    Otros, en cambio, afirman que vivía en un antiguo casco de estancia en Tacuarembó y que viajó a la ciudad por error, dormida en la carpeta de apuntes de un estudiante.

   Lo cierto es que una tarde Juanita Fantasma se encontró sola, con sus lentes de sol, su valijita verde y su cuerpo de sábana todo arrugado, sentada en el cordón de la vereda de una enorme ciudad desconocida.

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Problemas de vivienda
   –¿Y ahora, qué hago? –se preguntó Juanita tristemente–. Una fantasma como yo no puede andar vagando por las calles, tiene que vivir en un lugar oscuro y misterioso donde pueda hacer sus fantasmadas con tranquilidad.

   El primer lugar oscuro que encontró fue un pozo de la calle. Le pareció que podía ser un hogar adecuado y saltó dentro sin dudarlo mucho.


   Pero no tardó en darse cuenta de lo ruidoso que era ese sitio: fiiiiiiiiiiiiii, hacía un auto al tratar de frenar; ¡poinc!, la rueda en el pozo; ¡clanc!, el chasis contra el piso; "¡Pozo de porqueríííaaaa!", gritaba el conductor del auto; ¡tuuu! ¡tuuu!, la bocina del taxi que venía detrás... y así a cada rato. Era imposible que alguien pudiera descansar allí, y menos aun, idear alguna fantasmada genial que honrara a la familia fantasmagórica.

   Por lo tanto, salió del pozo y se puso a buscar otro lugar para vivir. "No importa si es un poco chico", pensaba, "siempre tengo tiempo de mudarme después".

    Entonces trató de meterse debajo de una baldosa floja, adentro de una lata de atún vacía y en el bolsillo de la mochila de una nena.

   El problema era que en esos lugares, aunque ella lograba amontonar sin dificultad su cuerpo casi invisible, no entraba de ninguna manera su valijita verde. Y Juanita no estaba dispuesta a dejar fuera de casa su valijita verde, donde guardaba su peine amarillo y sus pantuflas.

 
   Además, bajo la baldosa todos la pisaban, en la lata la lamían los perros y la pateaban los chiquilines y dentro de la mochila se sacudía como loca, porque la nena saltaba y se agachaba jugando a la rayuela.

3 comentarios:

  1. Hola Juanita! Esa sábana no está siendo muy liviana para estos frescos otoñales?Dile a Magdalena que... aunque sea un chaleco! Ella que teje tan bien las palabras que se ponga con las agujas.O es que en la valijita verde hay un saquito (a la uruguaya)? Abrazos

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  2. ¡Hola, Abu! Gracias por tu preocupación. Yo en uno de los capítulos del libro, gracias a un par de nenas amigas, me consigo unas trenzas de lana y un collar, pero mucho no abrigan, y la verdad es que en los vuelos fantasmales nocturnos a veces se siente un poco el fresquito, pero por suerte yo tengo muy buena salud y no me resfrío muy seguido (no como mi mamá, la pobre, que no bien baja dos grados la temperatura, o empieza el otoño, o empieza la primavera, o sube al ómnibus un vendedor de inciensos, se pone a estornudar a lo loco como alguno de sus personajes).
    Igual le voy a comentar la sugerencia; en una de esas tengo suerte y decide conectarse con algún blog de tejido para transformarme en fantasma abrigada...
    Saludos fantasmales, y gracias por comunicarte: Juanita

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  3. Divina Juanita, y la Abuela Creativa, preocupada por su bienestar. Es lindo estar acá en esta casita-blog

    Besos

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